Cuando los Colegios Eccleston abrieron sus puertas  el siglo xx se veía tan lejano. Parecía imposible pensar que esa escuela que estaba iniciándose llegaría a educar niños del milenio siguiente. El tiempo transcurrió rápido, demasiado rápido, y aquellos chiquitos que corrieron por los patios hoy son hombres y mujeres. Algunos de ellos ya con nietos. Muchos hoy alumnos del Colegio, el colegio de sus padres y abuelos.

Igual al de antes y diferente del que fue, manteniendo por y para siempre el sentido de familia que tuvo en sus orígenes, el de sus fundadores.

Tres  generaciones en la Dirección General con el mismo espíritu fundacional, que hablan de la continuidad de los ideales, con las actualizaciones necesarias al devenir del hoy;  para formar como desde entonces, hombres y mujeres de bien.

Sin dudas, toda escuela es una institución de profunda y maravillosa consisten­cia. En su fina urdimbre se entremezcla todo lo mejor que un ser huma­no puede dar y recibir. Ilusiones, sueños, esperanzas, todo lo que gene­rosamente se entrega para mejorar y enriquecer a los demás, todo lo que el hombre es capaz de planear y concretar en beneficio del prójimo y de la sociedad que integra.

Los Colegios  Eccleston, surgieron del amor y las buenas intenciones de mucha gente. Cada uno, a su tumo, aportó su granito de voluntad, de
inteligencia, de corazón. Una escuela no se hace sola, no surge de casualidades más o menos bien intencionadas. Tampoco es la creación de una o varias mentes superiores que desde el vamos dan las pautas precisas que lograrán determinado resultado al cabo de los años.  No; una escuela, como la naturaleza, va formándose aún a pesar de sí mismas. Con la vida,  el trabajo, los aciertos y desaciertos; los sueños y las ilusiones de mucha,
muchísima gente, en los que ninguno ha transitado gratuita­mente. Dejando su huella en obras, en hechos, en realidades y abstracciones. En todo lo que deja, lo que empuja, lo que sublima, lo que concreta.

Nuestras escuelas no son sus fundadores, sin contar la importancia que revistan sus proyectos y realizaciones. No son los seguidores de sus pasos, los herederos de sus intenciones docentes y sociales. Nuestros Colegios son todo eso y mucho, muchísimo más. La actualización constante para
marchar con los ritmos de la realidad presente y las expectativas de la sociedad y de la cul­tura del hoy.

Hace más de 60 años hemos iniciado un camino, siempre con la convicción de que la escuela no puede trabajar a ciegas del mundo, que es
indispensable la vinculación certera con el entorno y las necesidades de una realidad en constante cambio.

Hoy, con un proyecto pedagógico propio y  propósitos renovados, nos reconocemos como  un colegio que piensa y reflexiona. Que navega en las corrientes del conocimiento, que elige con criterio propio;  y enfrenta nuevos desafíos  cada día. Porque desde nuestro nacimiento, nos constituimos como una institución apasionada; que pregunta, investiga y crece.

En síntesis; dos colegios que se formaron lenta y gradualmente, con sacrificio y contra viento y marea, sólo puede pensarse como una obra de amor. Que como todo aquello que se mode­la con el sentimiento, es perfectible y mutable. Tiene defectos y anoma­lías engorrosas, pero que resulta una
realización cálida y noble, hecha por el bien y el tra­bajo serio destinado a conseguir logros duraderos y que desde ya, al culminar un período
prolongado, nos permite avistar resultados positivos que alumbran los pasos futuros con más certeza y esperan­zas de hallarnos en el buen camino.

MAESTROS FUNDADORES

En 1954 un grupo de maestros y profesores decidieron juntarse y crear el Colegio “Aconcagua”, predecesor de nuestros actuales  Colegios Eccleston. Ellos fueron: